Decirles !Felicidades! es repetirme. Aunque de veras lo hago de todo corazón año tras año.
Al igual que redactar la lista de proyectos para los próximos 365 días.
Por esta vez sólo haré un proyecto: Hacer lo que desee, cada vez que lo sienta.
Tal vez esto sólo es aplicable para las Viejas Damas Indignas. A nosotras se nos está dada la licencia de sonreír bastante, más que en la juventud, debido a que es tiempo de despreocuparnos de muchas cosas porque son otros los que tienen la batuta de sus vidas y de las que ha procreado.
Llorar en su momento también es sano, la vida no es plana y tiene altas y bajas. En fin, cada instante tiene su historia, y también una reacción.
Mil cariños y que la pasen bien.
jueves, 27 de diciembre de 2018
miércoles, 10 de octubre de 2018
¿Cuál es el secreto para envejecer bien?
Por Robert W. Goldfarb
<https://www.nytimes.com/es/people/robert-w-goldfarb/>
6 de octubre de 2018
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<https://www.nytimes.com/2018/10/02/well/live/the-secret-to-aging-well-contentment.html?ref=nyt-es&mcid=nyt-es&subid=article>
A los 88 años, sigo siendo un corredor competitivo que
siempre llega
hasta los últimos metros de una carrera para cruzar la línea
de meta
después de haberlo dado todo. La línea de meta de mi vida se
está
acercando y espero alcanzarla tras haber entregado lo mejor
de mí a lo
largo del camino. He estado entrenando mi cuerpo para
cumplir las
exigencias de este tramo final. Sin embargo, me pregunto si
debí haberle
pedido más a mi mente.
No tengo problemas para llevar a mi cuerpo a un gimnasio o a
una línea
de salida. He logrado convencerme de que si no hiciera
ejercicio,
desataría a los muchos depredadores que buscan a sus presas
ancianas en
los sillones, pero no en las caminadoras. Cuanto más sudaba,
más
probable era que mi internista continuara exclamando: “Sigue
así y te
veré el siguiente año”. Era mi manera de mantener a raya
aquella temida
frase: “Señor Goldfarb, me temo que le tengo malas
noticias”.
Por otro lado, mi mente se muestra más reacia a someterse a
la
disciplina, pues se comporta como si tuviera voluntad
propia. He
practicado “juegos cerebrales” en internet, en los que
resuelvo
problemas algebraicos que aparecen solo un segundo en la
pantalla y
redirijo trenes virtuales para evitar que se estrellen. He
asistido como
oyente a clases universitarias y he participado en una
evaluación de
retroalimentación neuronal a partir de los impulsos
eléctricos de mi
cerebro. No obstante, estas son solo distracciones
ocasionales que jamás
se acercan a mi determinación de mantenerme físicamente apto
a medida
que mi edad avanza.
A pesar de tener
muchos amigos de 70, 80 y de más de 90 años, he tardado
demasiado en darme cuenta de que la manera en que
respondemos al
envejecimiento es una decisión que se toma en la mente, no
en el gimnasio.
Algunos de mis amigos más saludables se comportan como
víctimas del
tiempo. Ven la vida como un desfile de decepciones: dolores
y
padecimientos, tecnología confusa, hijos que no los visitan,
médicos
apresurados
Otros amigos, cuyas rodillas
y caderas adoloridas son los menores de sus problemas
físicos,
encuentran consuelo en su capacidad de aceptar la edad avanzada
tan solo
como otra etapa de la vida con la cual lidiar. Usaría la
palabra
“heroica” para describir la manera en que afrontan el
envejecimiento
mientras este drena la fuerza de su mente y su cuerpo,
aunque ellos no
tardarían en tachar ese calificativo de exagerado.
La manera en que respondemos al envejecimiento es una
decisión que se
toma en la mente, no en el gimnasio.
Uno de esos amigos hace poco me llamó desde un hospital para
decirme que
una convulsión cerebral repentina lo había vuelto legalmente
ciego. Me
interrumpió cuando comencé a decirle cuánto lo sentía: “Bob,
pudo ser
peor. Pude haberme vuelto sordo en vez de ciego”.
A pesar de todo el tiempo que paso levantando pesas y
ejercitándome, me
di cuenta de que me falta la fuerza para decir esas
palabras. De pronto
se me ocurrió que he pagado el precio de ser un “adicto al
gimnasio”.
Si existe algo en común entre los amigos que envejecen con
una agraciada
aceptación de los ataques de la vida eso es la satisfacción.
Algunos de
quienes sufren incapacidades que cambian la vida —mi amigo
ciego, otro
con dos prótesis de pierna— son más serenos y se quejan
menos que
quienes sufren padecimientos leves. Aceptan las
incertidumbres de la
edad avanzada sin rendirse ante ellas. Algunos me han dicho
que la
sabiduría adquirida a lo largo de los años ha hecho que sea
más fácil
navegar la vejez que el caos de la adolescencia.
Me quedó claro que me faltaba —y debía encontrar— la
satisfacción que
esos amigos habían alcanzado. Las horas que pasaba
ejercitándome me
habían dado seguridad, pero no satisfacción.
La pesa de 15 kilos que ya no intento levantar me recuerda
que no falta
mucho para que llegue el día en que levantar cualquier peso
o correr
cualquier distancia sea una exigencia demasiado grande para
mi cuerpo.
Mi cerebro tendría que convertirse en el músculo en el que
dependa para
vivir esos últimos años con la paz y el propósito que otros
habían
encontrado. La edad debía ser algo más que lo que es
evidente frente a
un espejo.
Algunos me han dicho que la sabiduría adquirida a lo largo
de los años
ha hecho que sea más fácil navegar la vejez que el caos de
la adolescencia.
Sin embargo, en vez de transformar mi vida por completo con
la esperanza
de llevar a cabo un cambio fundamental en la manera en que
afrontaba el
envejecimiento, sentí que lo mejor sería comenzar con pasos
pequeños:
adoptar un nuevo enfoque para situaciones que enfrento a
diario. Un
almuerzo reciente fue el ejemplo perfecto.
Siempre me ha parecido extremadamente difícil concentrarme
cuando estoy
en un lugar ruidoso. Durante ese almuerzo con un amigo en un
restaurante
al aire libre, un jardinero comenzó a limpiar hojas con un
soplador
desde abajo de los arbustos que rodeaban nuestra mesa.
Normalmente, tras una interrupción tan ruidosa, habría dicho
de golpe:
“¡Esperemos a que termine!”, para después callarme. Cuando
el estruendo
por fin se acabara, mi irritación habría drenado cualquier
cordialidad
de la conversación. Todos habrían recordado el almuerzo por
mi reacción
furiosa al bullicio y no por el placer que nos hubiera
provocado.
Me preocupó que incluso una distracción pasajera pudiera
evitar con tal
facilidad que disfrutara del almuerzo con un gran amigo y me
llevara a
una situación sin placer alguno. Quería que ese almuerzo
fuera distinto
y decidí seguir el ejemplo de los amigos de mi edad que
saben que se les
están acabando los momentos alegres y no permiten que nada
interfiera
con ellos. Simplemente hablan más fuerte y aceptan el ruido
por lo que
es: una molestia temporal.
Los años que he pasado en gimnasios me enseñaron a ignorar
punzadas y
otras distracciones que jamás permitiría que detengan mi
rutina o mi
hora de correr. Decidí fingir que el ruido era un calambre
que sentía
mientras hacía abdominales. Lo ignoraría en vez de permitir
que
terminara con nuestra conversación.
Seguí hablando con mi amigo, retándome a escuchar el ruido
mientras lo
mantenía a la distancia. La disciplina que me es tan
familiar en el
gimnasio —esta vez aplicada a mi mente— resultó ser igual de
eficaz en
el restaurante. Fue como si hubiera llevado a mi cerebro a
un centro de
acondicionamiento mental.
Aprender a ignorar el rugido de un soplador de hojas
difícilmente me
vuelve apto para encontrar la satisfacción durante mi paso a
una edad
cada vez más avanzada, pero me fui del almuerzo sintiendo
que por lo
menos había dado un pequeño paso para cambiar los
comportamientos que me
obstaculizaban el camino hacia esa satisfacción.
¿Podría emplear la misma disciplina para aceptar con
dignidad el declive
inevitable que me espera: la fragilidad, la pérdida de
memoria, la
audición y la vista debilitadas, la muerte de mis amigos y
la línea de
meta inminente? Las piernas ejercitadas y un corazón que
late con fuerza
me habían llevado a superar parte del camino, pero ahora el
desafío era
encontrar esa satisfacción dentro de mí. Espero que esa
conformidad me
guíe mientras me abro camino a lo largo del sendero que aún
debo recorrer.
Robert W. Goldfarb es consultor de gestión y autor de
“What’s Stopping
Me From Getting Ahead?”.
Tomado del "The New
York Times es" <https://www.nytimes.com/es/>
martes, 4 de septiembre de 2018
MI MEJOR VECINO
Por: Alberto Enrique
Tengo un amigo quien me ha
planteado que su mejor vecino no es aquel que le saluda cada día, si no quien
no le molesta.Ante este planteamiento tan radical y extraño a la vez, quise
indagar más. Ampliaría que su mejor vecino debía ser quien no ponga un regueton
a todo dar ni el que tiene un perro que ladra y ladra sin parar, o permitir al
can hacer las necesidades en su misma puerta, y quienes se pasan días seguidos
pidiendo prestado un poco de sal, una lata de arroz… y nunca hace por devolverlas.
-Mira, compadre, yo desde
hace tiempo hice un estudio sobre el vecino desde todos los matices posibles,
señala. Por esa razón tengo elaborada una filosofía casi completa sobre el tema.
Además, debo especificar que si doy una imagen de pesa’o clásico, echo a un
lado los comentarios pues poca importancia les otorgo; claro, uno es un ser
social y no conviene tampoco ser inflexible del todo, se puede necesitar de
alguien en ciertos momentos de apuro. He llegado a tal convencimiento.
-Creo que las personas se
dividen en dos bandos. En la vecindad hay
ojos que no te ven, oídos que ni te escuchan, juegan como en la liga de los
indiferentes; ah, pero existen los contrarios, vecinos quienes buscan el modo de
querer saberlo todo sobre ti: gustos, necesidades, fracasos, éxitos;
simplemente, ellos son también los de la carta oculta en la manga pues te
vigilan para contar más adelante o dar el sablazo en su momento.
-Tienes los enfermizos, más
que todo, aquellos que se entretienen mirando a través de su ventana para
indagar sobre la vida y milagros de uno, lo último sobre cada quien; porque desde
un sitio privilegiado pueden “cocinar” o preparar la trasmisión del chisme,
fabricar cualquier infundio hasta con mala intención. También encuentras los
aprovechadores quienes te ofrecen algo, dan una buena imagen para después “recoger”y
verse beneficiados de algún modo.
-El chisme da para mucho:
cuento, patraña, habladurías, invención, embuste, rumor, cuchicheo, mentira… y
mi amigo parecía acabar sus ideas cuando de pronto arremete diciendo: Este es uno
de los problemas en la sociedad actual, el cual debe preocupar a las
organizaciones populares con el interés de cuidar la tranquilidad personal y social.
Porque cuando usted descubre las características de algún vecino con esos
rasgos empobrecedores o tan negativos ¿cómo actuar? Ni pensar en ser amistoso hacia
ellos porque no sería sincero. Entonces ¿ignorarle? ¿despreciarle?
-Claro,
no puedo pasar por alto un gran y sobresaliente grupo donde encontrarás la cordialidad, la franqueza, la sinceridad,
sus integrantes dan el apoyo sin interponer nada a cambio. Sobre estos sí
aplico la consabida frase “Mi vecino es el familiar más cercano”, con ellos estaré dispuesto al intercambio o
acudir siempre sin exageración ni doble sentido.
-Aquí tienes varias de mis
ideas sobre el vecino como miembro de esa colectividad de la cual formamos parte. Conviene
saber cómo manejar cada frase y aplicar el trato según sea el caso,
comportarnos sin dobleces, con la mayor honestidad del mundo.
Estas son algunos de los planteamientos
de Senén, un obrero que acaba de llegar a la media rueda. Él me ha estimulado a seguir buscando detalles
sobre el tema y comprobar la veracidad del asunto, asegura que he de encontrar
mis propios aportes… Ya veré.
miércoles, 31 de enero de 2018
El mundo de la vejez
La soledad en los ancianos es un tema recurrente que se ha globalizado. El planeta ha ido cambiando sin darnos mucho chance a darnos cuenta que sucede. Valores que evolucionan, conceptos que se evaporan del sentimiento de las personas. ¿qué está sucediendo? ¿caminamos ahcia un mundo mejor con los nuevos valores o no?
Les traigo un artículo sobre la soledad en la ancianidad en el Japón. Piensen sobre ello:
Les traigo un artículo sobre la soledad en la ancianidad en el Japón. Piensen sobre ello:
La soledad de las canas
Emilio Comas Paret, 10 de enero de 2018
Acabo de leer un trabajo muy interesante publicado por el New York
Times, titulado "Una generación de japoneses se enfrenta a una muerte
solitaria", y que trata sobre la situación de los ancianos en Japón.
Algunas ideas que maneja reportaje hablan de lo siguiente: "En un
Japón donde se ha degradado el sentido de comunidad y de familia, los
ancianos viven cada vez más solos, y a veces fallecen sin que nadie lo
note hasta que llega el olor".
Este trabajo publicado a la firma de Norimitsu, el 22 de diciembre de
2017, pone en evidencia el llamado neoliberalismo que incentiva la
individualidad, se pierde la solidaridad, las personas se evalúan como
"vencedoras" o "perdedoras" cuando la propia vida nos enseña que no
siempre se gana, a veces también se pierde, y esto, por supuesto, que
no es un juego de palabras.
La acción se desarrolla en Tokiwadaira, Japón, y comienza hablando de
las "chicharras", que se me ocurre que son los insectos y describe el
texto cómo "se aparean, vuelan y cantan. Cantan hasta que sus cuerpos
terminan en la tierra, revolcándose en esos últimos minutos, con las
piernas hacia arriba". Y esto tiene que ver con la soledad que provoca
el silencio.
Acabo de cumplir 75 años, vivo solo en el piso veinte de un edificio
del barrio habanero de Nuevo Vedado, y ahora mismo oigo el sonar del
columpio de un parque infantil ubicado en los bajos del edificio, y
eso me constata que estoy vivo y escribiendo.
Y digo esto porque los personajes de esta historia esperan los sonidos
de las "esperanzas" para sentir algún ruido que los haga sentir vivos
y actuantes.
Generalmente los ancianos japoneses solitarios viven en 171 edificios
blancos, idénticos, sin recibir a familiares o visitantes. Muchos de
los habitantes pasan semanas o hasta meses en sus pequeños
departamentos sin que haya rastro aparente de su existencia en el
mundo exterior. Y, cada año, algunos de ellos mueren sin que se sepa,
hasta que los vecinos perciben el olor.
El gigante complejo público de viviendas, o dianche, es uno de los más
grandes en Japón, que terminó siendo muy conocido por otro aspecto:
las muertes solitarias de la sociedad que más rápido envejece en el
mundo.
"Cuatro mil muertes solitarias al año", decía la portada de una
popular revista semanal este verano, una muestra de la alerta
nacional. (Habría que decir que el calor es la causa principal de
muerte en el verano japonés).
Para muchos de los habitantes en el complejo de edificios, las muertes
son la conclusión atemorizante pero natural del rumbo que ha tomado
Japón desde los años 60. Un enfoque casi exclusivo en el crecimiento
del crecimiento económico, seguido de una situación social dolorosa,
que ha erosionado el sentido de comunidad y de familia; y junto a
ello, la circunstancia de que el país quedó inmerso en una espiral
demográfica de envejecimiento con menos nacimientos.
El aislamiento extremo de los japoneses de mayor edad es tan común que
incluso ha surgido toda una industria a su alrededor, que se
especializa en despejar y limpiar los departamentos en los que son
hallados los cuerpos de los ancianos en estado de descomposición. "La
manera en que morimos es un reflejo de cómo vivimos", dijo Takumi
Nakawaza, de 83 años, quien ha sido durante tres décadas el director
del consejo de residentes de estos edificios.
Y después de leer estas reflexiones tan trágicas, yo, que soy un
hombre de 75 años, que vivo solo en un piso veinte, que cuando la
escuela de frente a casa, no funciona, me lacera un silencio horrible;
quisiera marcar la diferencia de cómo es el asunto en Japón y cómo
puede ser en Cuba y otros países del Caribe.
Antes de entrar en detalles quisiera informarles a mis lectores que en
la antigüedad, en el Japón, la hija más pequeña de la familia tenía
prohibido casarse y tener familia porque debía cuidar a los padres
cuando fueran viejos, quizás "aquellas aguas trajeron estos lodos".
Lo cierto es que mi generación tiene, en sentido general y con sus
dolorosas excepciones, otro punto de vista sobre el fin de nuestras
vidas.
Primero tenemos amigos entrañables, algunos de ellos mueren, y los
sustituimos por otros. Alguna vez alguien me dijo que la amistad había
que cuidarla como a una plantita, y echarle agua y darle sol todos los
días. Otro asunto es que los viejos tenemos amigos muy jóvenes. Se
dice, y por desgracia no sin razón, que una parte de la juventud
cubana está muy banalizada, y que no ve claro sus horizontes, pero
otra no,.
Sucede como con Randy, que es un muchacho de unos 25 años, un
periodista que está escribiendo su primeros cuentos y me los da a
revidar, y yo lo hago con entusiasmo, porque tiene un estilo cercano
al de Lezama Lima muy interesante, y además, mucho espíritu crítico,
al punto de que le he dado mi nueva novela y ha hecho unas
observaciones muy, pero muy interesantes, que me obligan a revisarla
de nuevo de acuerdo a sus puntos de vista; o a Carlitos, que es alumno
de la Universidad Pedagógica "Enrique José Varona" y tiene un proyecto
literario que me pidió asesorar y lo acepté con gusto.
Tengo además a mis hijos, con los cuales conservo una magnífica
relación, y recibo su ayuda siempre que haga falta.
Y además trabajo, escribo para dos periódicos literarios,
Cubaliteraria es uno de ellos, edito y evalúo libros originales, soy
jurado de varios concursos; en fin, estoy vivo y actuante, y no
sentado en un sillón esperando a que llegue la muerte. Y siempre que
halo sobre este tema me recuerdo de un cuento famoso de Onelio Jorge
Cardoso llamado "Francisca y la muerte" que convoco a quien no lo
conozca que lo busque y lo lea.
Hoy por la mañana una vecina de 66 años me dijo que ella tenía la
mente de una mujer de veinte años, y que eso la hacía muy dinámica, y
proyectaba planes que cumplía, y se proponía objetivos por los cuales
trabajaba para cumpliros también. Y el problema está en la voluntad,
en la decisión de no ser una víctima, en no dejarse llevar por la
depresión, que es la mayor enfermedad para los ancianos, y trabajar y
luchar, y vencer y a veces ser derrotado, pero siempre uno estará en
la pelea.
Y no es que sea un escritor con los principales problemas resueltos.
Como a todos lo jubilados el salario no me alcanza para vivir, pero
ello me obliga a trabajar, la soledad a veces me seduce y abraza, pero
me busco algo interesante que hacer, y ella sale volando hacia otra
alma. Y además, tengo amigos, tan jubilados como yo, que organizan su
vida y se van los fines de semana a las peñas bailables de personas
adultas, y allí bailan, y hasta pueden encontrar el amor que también
existe en la vejez, o por lo menos un sexo reconfortante que siempre
será necesario a pesar de la edad.
En fin, tenemos dos conceptos muy discordantes los ancianos japoneses
y los ancianos cubanos. Nosotros no nos dejamos vencer por la soledad
y la nostalgia del pasado vivido, y tratamos de lograr un presente que
nos estimule a vivir plenamente a pesar de los achaques. Y el problema
es que como decía El Quijote a Sancho Panza: "la vida es vida hasta
que llegue la muerte" y por eso hay que vivirla lo más intensamente
posible, buscándole lo de interesante que tiene, y abordando, con
nuestra experiencia por loa años vividos, los encontronazos que
siempre nos depara.
Y cuando estemos "en baja" hay que pensar como el poeta, "que todo
pasa y nada queda", y lograr vivir intensamente hasta que llegue el
sueño definitivo, que para decirlo de una manera festiva, nadie sabe
que hay más allá, y quizás sea una nueva aventura de vida.
miércoles, 3 de enero de 2018
La Letra del año 2018 en Cuba
Letra del año 2018: predicciones de Ifá para Cuba y el mundo
(Tomado de Cubahora.cu)
La Letra del año de la Asociación Yoruba de Cuba es para muchos un referente para el año que comienza...
Alertas y consejos relativos al medio ambiente, las relaciones intrafamiliares, la exhortación a una buena conducta social y moral, y revisar el sistema educacional destacan entre las predicciones para 2018, anunciadas hoy por santeros cubanos.
La Letra del Año 'de Ifá para Cuba y el mundo', presentada a la prensa nacional y extranjera en la sede de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba (ACYC), llama a "cuidar y proteger el ecosistema y el medio ambiente, y a mantener buena conducta social y moral".
Con Yemayá como divinidad que gobierna y Elegguá como deidad acompañante, 2018 tendrá de signo regente a Osa She, y de primer y segundo testigos a Ogbe Sa y Otura Iiyu, en ese orden, de ahí que la Bandera del Año sea mitad blanca, mitad azul, con ribetes negros.
"Problemas en el sector agrícola fundamentalmente en la producción de viandas, granos y hortalizas como consecuencia de la poca fertilización de los suelos y la poca convocatoria de recursos humanos a este sector", reza como primer acontecimiento de interés social.
El texto pronostica, además, 'movimientos telúricos que pueden conducir a derrumbes y catástrofes naturales', los cuales podrían tener consecuencias impensables, según explicó a Prensa Latina el babalawo Lázaro Cuesta, vicepresidente de la ACYC.

Ceremonia de lectura de la Letra del Año en la Asociación Yoruba de Cuba. (Foto: Fernando Medina / Cubahora)
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