Por Alberto Enrique
“De codos en el puente” llevaba como
título un poema del matancero José Jacinto Milanés, y bien pudiera parafrasear
con algo parecido escrito cada día por Magduchi, una señora que conozco desde
hace bastante tiempo. Este caso no es como la de aquel poeta quien se enamoró
desquiciadamente de su prima Isabel y al ser rechazado el noviazgo por la
familia de ella, la situación le llevó a transitar a él por una crisis
melancólica hasta su fallecimiento.
Mencionaba a Magduchi que bien me
parece no estar de codos sino “De manos por el puente” ése que ahora da paso
directamente hasta el contagio covitoso. Arriesgada, persistente al cruzar cada
mañana la puerta de su casa, va ella en busca de elementos con qué distraerse
más que lo necesario para el fogón, explora con la finalidad de mantener su
actividad diaria de alguna manera, como si nada estuviese ocurriendo.
Esta señora de siete décadas siempre
ha sido hiperactiva, callada, pero observadora de todo a su paso para luego
traer a sus amigas y vecinas nuevos detalles de lo visto. Su vida es constante
y participativa en agrupaciones culturales, históricas y físicas pues cada
mañana se ve apurada para practicar ejercicios. Es dada al intercambio sincero
y complaciente.
Hace poco me he atrevido a hacerle
algunas observaciones, le hablé de su falta de apreciación al peligro, de
“estársela jugando”. Ella me respondió con vehemencia: “Ando un poco porque soy
de las personas que no pueden estar dentro de la casa 24 por 24 por 24, me hace
falta movimiento porque si no, sí me postraría. Tomo todas las
medidas orientadas: desde nasobuco, distanciamiento entre personas,
lavado insistente de manos… tengo mucho cuidado. Espero todo pase y pueda
volver a lo acostumbrado”.
Entonces me quedé desarmado aunque
de algo sí estoy convencido: dudo que ella halla interiorizado en realidad cómo
es la batalla de ahora. Si el poeta matancero fue víctima de la melancolía,
Magduchi corre el peligro de ser atacada por el enemigo invisible ¿pudiéramos
todavía salvarla?
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