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Por Alberto Enrique
Cada quien identifica hechos, acciones, imágenes… como propios. Por ejemplo, yo nací a un costado de La Palma hace tiempo con el auxilio de Clodomira, una enfermera especializada en obstetricia, en una de las habitaciones del hogar de mis abuelos paternos el cual llevaba el número 82, casi al final de la calle. Más adelante sentí al pueblo todo como algo mío, como si fuera mi propia casa, las personas que vivían por dondequiera me parecían conocidas, toda esa gente era mi gente.
En la escuela primaria, ni se diga, en cada aula presidía el "Escudo de la Palma Real"; allí hice muchos amigos, intercambiaba con ellos sobre infinitos temas y los lazos no se han roto entre nosotros aunque hayan pasado varias décadas.
También cuenta con tres palmas el escudo de mi pueblo pues simbolizan los emplazamientos que la vida le impuso en sus inicios. Su historia y expresiones culturales latían en mí, las tradiciones y los mitos los apreciaba con claridad, ellos iban conformando una visión del palpitar de cada época.
Desempolvo el tiempo, aprecio que desde épocas remotas hubo de todo por aquí: cuentan que el proceso de conquista y colonización de España en Cuba comenzó también por esta zona desde los mismos inicios. Sucedieron reubicaciones de la villa, asaltos de corsarios y piratas, ambiciones desmedidas de algunos pobladores, sobrevinieron intereses económicos contrapuestos que movían anhelos individuales y grupales pues estos pugnaban por imponer otra vez el traslado de la villa hacia tierra más adentro.
Hubo tiranteces y presiones entre el clero local y los terratenientes, también se destaca cómo permaneció la localidad 14 años fuera del control del gobierno central y cómo estos pobladores vivieron del comercio de rescate o de contrabando dado el abandono de las autoridades principales de la Isla. Han transcurrido siglos y la memoria del pueblo aumenta, parece escrita con letras doradas.
Un tercio de los vecinos de San Juan de los Remedios finalmente emigran y crean Santa Clara en 1689, pero un par de años después, a mediados de febrero de 1691 un destacamento de aquellos exterminaría la vieja población mediante las llamas y sus pobladores se refugiaron en los montes cercanos. Tras múltiples gestiones de remedianos notables en todos los niveles del gobierno colonial, logran que las autoridades restituyan la villa en su sitio originario cinco años más tarde. Dicen que aquello fue una verdadera guerra civil.
Vuelvo a estos días de hoy. Observo que “la mentalidad pueblerina” es una calificación dada a la tranquila característica de sus ciudadanos, aunque haya quienes reconocen las riquezas patrimoniales y la singularidad de las remedianidades; pero valdría preguntarse si existen verdaderos frenos que se padezcan hoy o detengan el desarrollo local. ¿Qué ciudad tenemos ahora o cuál queremos? ¿Si nos basta con lo existente o qué hacemos para alcanzar lo previsto, lo nuevo?
Desde varias décadas atrás tropiezo con la misma piedra: escucho que esperan aquí por dirigentes de la localidad con vehemencia y energía suficientes que hagan avanzar a plenitud la ciudad, para otros bastaría si la cuidaran más y favorecieran un elevado nivel de vida. Considero más bien que quizás falta un diseño ajustado, sólido, para crecer y no hablar solo de perspectivas hacia un futuro impreciso, en estos tiempos vale aumentar la comunicación, la ligazón coherente. Tres perfiles conforman con claridad los trazos de hoy: la riqueza histórica y religiosa, la cultura y el folclor, así como el vínculo y desarrollo con el turismo.
En ese último sector la ciudad ha visto desarrollar su capacidad habitacional al instalar varios hoteles y contar con numerosos hostales, pero dicha actividad ahora se encuentra menguada producto de los efectos de todo tipo producidos por la pandemia. Y me pregunto ¿cómo y cuánto habría que hacer de ante mano para crear nuevos espacios, reintroducir o fortalecer los existentes llegado el momento de la normalidad económica y social? ¿Cómo estimular viejas costumbres y prepararse con el fin de hacer progresar los días venideros? En el siglo XVII decían que Remedios estaba asentada sobre una de las salidas del Infierno y allí sigue el Boquerón, el mismo por donde se percibía el olor de azufre hirviente ¿tendría atractivo para organizar paseos turísticos?
Para cualquier visitante la maqueta de la ciudad pudiera ser de gran interés pero se encuentra en el círculo juvenil La Tertulia sin recibir promoción, ello facilitaría una recreación útil. En otro orden, salvo que las puertas de la Iglesia Parroquial Mayor estén abiertas durante el servicio ofrecido a sus feligreses ¿cómo apreciar a la Virgen María en estado de gestación en pose de bailaora, existente en uno de los altares? ¿Sería posible estimular una veneración de mujeres creyentes embarazadas nacionales o extranjeras? Y, ¿qué decir del lugar vecino conocido por Palmar de Araña, donde cualquiera encontraría un excepcional lugar, un sitio donde apreciar la unión más densa de este árbol que alguien pueda imaginar? ¿Cuántas oportunidades -entre otras muchas- para dar a conocer a visitantes y turistas?
La realidad actual indica nuevos caminos, en ellos pugnan tradiciones y modernidad. A veces pienso que existe un circuito cerrado que lleva a los jóvenes a plantearse “aquí estoy demás” y “echan un pie” tan pronto se les presenta algún chance. ¿Por qué no pensar en el componente social y económico que enriquezca de alguna manera las coincidencias juveniles con el sentido de pertenencia local? ¿Cómo vincular los intereses de ayer con los de hoy, sin que el peso de los siglos no paralice las necesidades actuales?
Conocí aquel Remedios de “chinchales” -pequeños establecimientos- donde elaboraban calzados o torcían tabacos, también coexistían unas pequeñas fábricas de dulces en conserva, unas pocas tiendas de ropas, pequeños locales de servicios, timbiriches, también vendutas donde se compraban viandas o vegetales, entre otros negocios. Esa era la imagen de los años 50. Todo indica hoy que conviene mirar hacia el agro como vía económica potente, decisoria y sería un absurdo ir a la contraria porque los suelos que la circundan deben producir con ímpetu. Por aquí años atrás hubo una de las empresas pecuarias mayores del país. ¿Acaso no convendría estudiar a fondo las calidades de los suelos, y saber además de las aguas seguras con que se cuenta, ahora y hacia el futuro?
A decir verdad, quien cuenta todo esto es un real verijicolora’o ¡y a buena honra! Frase que se decía con tremenda normalidad, ella significaba haber nacido aquí y se decía con sencillez y orgullo, sin forma despectiva en cualquier calle o en nuestros propios hogares, tampoco importaba el sexo ni las edades. Con certeza en Remedios todo era colora’o: su gente, las mantas de tejas rojas sobre nuestras viviendas, de ahí que con orgullo aceptáramos ser verijicolora’os sin complejos de ningún tipo. Ante el sentido de pertenencia no hay margen para la discusión. Y que a nadie le quepa dudas, nunca he podido dejar de ser un verijicolora’o porque era el sello de distinción y garantía de ser remediano de pura cepa.
Aquí los festejos populares se disfrutan en grande, todo comienza cada año en el mes de marzo con la Semana de la Cultura, luego en junio llega el San Juan; pero en las parrandas navideñas es donde se encuentran los genes verdaderos de cada remediano, razón por la cual carecer de ellas viene siendo lo peor que pueda ocurrir, es como un hueco en el alma de cada remediano.
Imagine, esperando todo un año para celebrar esta festividad -pareciera mucho tiempo a tener en cuenta-, y en este último diciembre las lamentaciones llegaron así: “Pensar que era la gran fiesta para celebrar sus dos siglos de existencia y ocurrir esto justo ahora… ¡qué trastorno!”. Otros aludiendo a la Covid decían: “Claro, ha sido más conveniente para todos”. La parranda es un sueño propio de cada quien casi al finalizar cada año, pero puede haber sueños esperados. Resulta difícil frenar la fogosidad, las discusiones entre los parciales de cada bando adversario, ese protagonismo queda ahora pendiente.
En su último año, la dictadura batistiana suspendió las fiestas de nochebuena pero aquí se tuvo una celebración única: el ejército rebelde asaltó la ciudad y la población tras la victoria “corrió el triunfo” lleno de euforia como nunca antes. Años más tarde hubo un cambio de fecha y se trasladaron para el mes de julio pero el pueblo planteó volver al momento tradicional y así ocurrió. Ahora las medidas epidemiológicas han recomendado no efectuar las parrandas de este año para evitar un posible contagio, una contrariedad mayor.
En tanto, asumo a José Martí al escribir: “Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma y antes de morirme quiero echar mis versos del alma…” Ellas siguen creciendo y siguen abanicando la brisa en los campos remedianos. Ése es mi verdadero yo, hay que verse entre millares de palmas; con tremendo simbolismo reitero que en una de ellas nací.
(Los colonizadores hispanos aprovecharon todo el conocimiento aborigen, aprendieron a distinguir las palmas reales o las criollas –las de tronco más delgado y alargado o las criollas más gruesas y de menor altura- en ambos casos sus penachos o grupo de pencas han servido para cobijar los techos. El tronco es convertido en tablas para cubrir las paredes. Las yaguas son usadas para resguardar las paredes de los bajareques (chozas) o hacer catauros; y el palmiche- frutillas en racimo de alto contenido proteico- sirve de alimento a los cerdos. De las palmas se aprovecha todo, en un dicho valedero del campesino cubano).
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