Por Alberto Enrique
La amistad posee un valor esencial y ejercerla es válido en cualquier lugar. Recuerdo una tarde dominguera de descanso en el campamento próximo a las cercanías de Madruga, compartimos un buen rato con aquel lugareño del entorno cargado de años, él decía agradarle conocer de cerca a jóvenes que venían desde la capital y fortalecían sus músculos cortando caña de azúcar en una brigada millonaria. A nosotros nos simpatizaba acercarnos a los campesinos para conocer sus experiencias y abrir las puertas del intercambio.
Los temas a debate fueron múltiples pero sugestivos. Recuerdo en especial cuando se le preguntó por qué no se parecía el carácter y la conducta entre los hermanos. Se levantó del asiento y argumentó de inmediato: “La conducta es igual en todo, solo vale observar la naturaleza, ustedes ven aquella mata cuajada de mangos; pues bien, no todos los frutos son idénticos. Entre los más grandes aparecen los fuñidos y en las familias ocurre lo mismo”. Y ahí mismo se armó la controversia y surgieron otros ejemplos. Muchas veces he recordado aquella escena, he meditado sobre el asunto y la razón que tenía el anciano empleando su lógica natural.
Afecto, simpatía, estimación son columnas en las que se sostiene la amistad. Resulta una característica primordial entre los humanos. Respeto y consideración en la familia y la sociedad son elementos que fortalecen esa especial y necesaria unidad pero entre personas también está la atracción llamada empatía. Esta surge por afinidad desde múltiples ángulos, y cuando aparece llega con un personal apego, crece en medio de una selección de selecciones.
Esos amigos de verdad son capaces de cualquier desprendimiento sin esperar nada a cambio, ellos se manifiestan sin rodeos, están presentes o respaldan, auxilian y apoyan ante cada necesidad, revés, aflicción o adversidad. Es una efectiva correspondencia, algo que va más allá de una simple solidaridad.
La amistad tiene muchos grados y se puede acceder o cultivar mediante múltiples vías. Aunque existen infinidad de patrones la amistad puede concurrir entre personas del mismo sexo o indistintamente hombres y mujeres. Eso sí, nada de trampas pues debe mediar total sinceridad y honestidad. El provecho individual tampoco corresponde, todo lo feo a un lado. Nunca se anime con cualquiera ni se entregue de golpe y porrazo, tantee o de tiempo si lo prefiere para valorar cómo es cada quien.
Siempre debe predominar la lealtad
aunque a veces baste la sinceridad como detalle básico. En ocasiones esa
amistad limpia y clara hasta sustituye a una hermana o al hermano, y puede
surgir en la escuela, el centro de trabajo, en la vecindad, uno ni sabe cuándo
o el lugar exacto, es demostrativa de la grandeza humana.
Ahora bien, nunca cierre las puertas a la amistad porque es tan valiosa que resulta imposible su compra, tampoco su venta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario