sábado, 2 de mayo de 2020

CUESTIÓN APARTE, GANAR


Por Alberto Enrique

“Hoy no valgo dos kilos”, decía un desusado y viejo refrán de carga
negativa  con el cual muchas personas simbolizaban lo mal que se
sentían cierto día por determinada razón; también se acostumbraba a
calificar algún descalabro de similar naturaleza con: “Valgo menos que
un comino”. Por esos laberintos del pensamiento, puedo señalar que
estuve a punto de andar por tales vericuetos. Es cuestión que no
quería confesar pero con toda franqueza comencé a caminar algo
desconcertado, como quien anda en círculo, como gente que busca salir
del extravío.
Al principio la curiosidad atraía pero un mes y medio después con un
barraje informativo sobre lo mismo: epidemia primero y luego pandemia,
comenzaba a   sentirme casi mareado. Ha sido tal la difusión y la
constancia que ya uno se levanta y llega el Coronavirus a darte los
buenos días; sigue la mañana, la tarde y hasta te acuestas viviendo en
medio de un mar encrespado de cifras, advertencias y testimonios
monotemáticos que, de tanto dar vueltas por la mente, acuerda uno
consigo mismo aplicar a la mañana siguiente la enseñanza refranera:
“ese mismo perro no me morderá de nuevo”. Apagaré la TV y la radio,
-me digo-, y si alguien enciende alguno de esos equipos, ah, tendré
que protegerme: estaré obligado a caer en el viejo cuento de que “me
va a resbalar” o lo que es igual, “oídos sordos con eso”,
desentenderme, ¿se dan cuenta hasta dónde se puede llegar?
He visto y oído en los medios de difusión a psicólogos cubanos sugerir
que las personas solo debemos resistir al día un par de “raunds”
noticiosos de media hora cada uno; cualquiera que ocupe más tiempo
sobre lo mismo puede correr el riesgo de caer en depresión o ser
víctima de múltiples tensiones (stress). Pero… súmele sentirse alejado
de la práctica diaria en el exterior de su vivienda y verse recogido
en casa al cien por ciento. Tal situación ocasiona una sensación de
rebosamiento junto a la exclamación conocida de: ¡le zumba el
merequetén! Mejor pienso entonces en la necesidad de remodelar lo
acostumbrado y no rumiar tanto sobre distanciamiento social, ir al
encuentro con los cambios emocionales que se precisan para equilibrar
la balanza de las preocupaciones, acogerme al razonamiento.
Todo debe ser asumido por el convencimiento, entiendo. Resulta
incuestionable ajustar nuestras propias vidas, poner en práctica el
control individual y el cuidado personal. Bueno, ahí llega de nuevo el
martillo a querernos golpear, insiste con ironía: Total, son los
mismos spots: mantenerse en la casa, usar el nasobuco, lavarse las
manos, distanciarse de las demás personas. Sí, respondo, pero tienen
mucho valor, forman el arsenal en la estrategia para espantar una
posible contaminación.
Me parece que son acciones fáciles de ejecutar y ser recordadas como
contraseñas para el soldado en este combate. Y viene entonces un golpe
bajo: ¿Por qué tanta insistencia? ¿Se trata de llenar tiempo con lo
mismo? Más adelante, a las once por TV llega el doctor -y no manejando
el cuatrimotor- sino con certeza, con lo último en cifras recientes,
informaciones detalladas, aunque tenga días en que ofrezca opiniones
con salpicaduras de reprensiones; no obstante, parece un hombre de
respeto, comedido.
Pienso, por encima de todo, en el riesgo enorme que corre la nación y
la preocupación de las autoridades sanitarias y gubernamentales las
cuales están demostrando un desvelo tremendo. Son elocuentes y dignos
de alabanza por los esfuerzos realizados en la táctica aplicada, de
por sí modifican o aplastan cualquier disquisición. Cuba, ha puesto en
acción el tratamiento médico y científico del más alto nivel junto a
una estrategia hospitalaria e intradomiciliaria ajustada para cortar
la propagación de esta mortal enfermedad que aún le falta por ser
conocida en profundidad; en cuanto al sentido solidario y humanista se
eleva al más alto rango.
Ante el peligro de un posible contagio masivo, la dirección del país
ha pedido salvaguardar a las familias en sus propias viviendas porque
al andar por las calles  se arriesgan a que el contagio del virus les
aparezca ingenuamente, de modo invisible, y les atrape a través de
personas portadoras que dejan algún coronavirus pegado en cualquier
superficie por manos contaminadas, las mismas con que tratan de
contener una tos inesperada o ser sorprendidos con un estornudo. Son
los conocidos como asintomáticos, esos que imaginan estar sanos y
viven ajenos a su realidad como fuente difusora de infección ya que
aún no les ha brotado indicio manifiesto de la enfermedad pero sí la
andan regalando. Estoy plenamente de acuerdo con esa medida
categórica, frenadora.
Por tanto, es de necesidad primordial que toda la ciudadanía domine y
haga suyo  -conscientemente- el grupo de acciones instituidas por el
Gobierno con la finalidad de interrumpir el ciclo reproductor del
contagio y librar al país del mal en el más corto tiempo posible. Hoy
el planeta está contaminado por esa mortífera pandemia, la enfermedad
conocida por Covid-19, la cual arrasa con naciones enteras y no hay
vacunas que nos salven todavía. No hay más alternativa posible: seamos
capaces de hacer con disciplina todo lo indispensable y ganaremos esta
batalla… Razón sobrada me alcanza ¡Sigo en casa!

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