La Vieja Dama Indigna

martes, 6 de julio de 2021

“EL ANDAR EN LA VILLA”

 Por Alberto Enrique

(SELECCION DE RELATOS TOMADOS DEL LIBRO EN PREPARACIÓN)

 

 

 San Juan de los Remedios - Villa Clara - CUBA - Home | Facebook San Juan de los Remedios Villa Clara Cuba. foto facebook

 

Una gran leyenda surgida en el tiempo es Remedios. Aquí y ahora se apresta a contar sus secretos a través de relatos, lecturas y vivencias, fabulaciones, experiencias y recuerdos. EL ANDAR EN LA VILLA expone una selección de textos donde el autor aporta recuerdos propios como testigo de excepción, habla del fenómeno social  sobre una de las poblaciones más antiguas del país, una ciudad pequeña pero de raíces muy profundas en lo histórico y cultural. Toca lo humilde y afectivo de su gente, características fundamentales de esta localidad situada en el norte central cubano. De ello da fe el cronista quien dice sentirse deudor de las generaciones que han de irrumpir para quienes dedica anécdotas y estampas, hechos y situaciones, narra y juega con lo real y la fantasía, anda por el universo creativo de las verdades y los mitos.

(Tomado de la nota de presentación)

 

MANÍA DE SIGLOS

Es cuestión de todos los tiempos. Algo que se repite por siglos. Tal vez haya quienes recuerden con facilidad los más famosos apodos, personas conocidas en su momento con esa carga social, por ejemplo, el caso de los Siete Juanes -aquellos de la leyenda, los cuales fueron un día tras el Güije de La Bajada-, ellos eran Juanes célibes conocidos por: Chicharrón, Boniato, Patudo, Pericoso, Calzones, Tayuyo y Manises; pero, ahora quisiera recordar personajes con sobrenombres conocidos en épocas más recientes, los cuales han sido manejados por todo el pueblo.

El nombrete o mote nos viene de lo más profundo de la imaginería popular, muchas veces no puede indicarse con precisión qué dio origen y permanencia a la identidad casual de algunas personas, que surgió la mar de las veces ni se sabe cómo. Quizás fueron por características individuales o palabrejas que acostumbró a decir el mismísimo agraciado. Han sido expresadas con afecto y admitidas con la mayor naturalidad; otras tantas, a modo de mofa, serían respondidas con enojo y violencia.

Mi niñez y adolescencia transcurrieron hace décadas oyendo todo eso y no he olvidado una buena lista de nombretes. Resulta extensa, de tal manera que pareciera como si cada quien en el pueblo tuviera el suyo propio. Entre ellos:

Manolo, Chirriplita (zapatero de oficio); Arturo, La Grulla (músico parrandero);  Cheo Cangrina (vendedor de dulces); Copiolo (zapatero de oficio y músico popular); Pedro, Mastuerzo (yerbero); Mariano, Agua bella (vendedor de agua y periódicos); Vicenta, La del paraguas (personaje popular); Elvira, La bataclana (personaje popular); Rafaelito, El cojo (pinche de cocina y limpiador de contenes); Castillo, Michelín (agente de pasajes); Pedrito, El bobo  (mandadero).

Entre otros más: Saturnina, Sietesayas (personaje popular); Enrique, Caralampio (pintor de brocha gorda); Serpentina, rumbera de la calle (personaje popular); Esteban, Nochebuena (tabaquero de oficio); Ramón, El Tibolero, (empleado de limpieza); Julio, Problema (tabaquero de oficio); Fabio, Casimirillo (zapatero de oficio); Guarapo (personaje popular)...

Todo aquello parecía lo más normal del mundo, era el reconocimiento dado por la población a personas rebautizadas de modo tan especial; no obstante, mi tío Manolo planteaba que nunca les dijera sus motes cuando fuera preciso tratar con ellos, mejor averiguara antes sus verdaderos nombres y no les llamara de tal manera, así me respetarían más pues un apodo siempre conllevaba dosis de burla, antipatía o falta de consideración. Esa enseñanza se quedó conmigo para siempre.

Y de los nombretes, está claro, no han terminado nunca. Los de ahora, es cuestión de valorarlos usted mismo, incluyendo el suyo propio si lo tiene; porque si se le ocurriera ponerse alguno, ése, se le queda.

 

PARADERO DE TODOS

Por nada del mundo quería perder aquella distracción, por eso apuraba a mi abuelo para llegar al paradero y ver la entrada del ferrocarril, él me aquietaba: “Hay tiempo, chico”. Aquellas cuadras eran interminables, parecían estirarse, se multiplicaban ante mis ojos.

Juanelo, con su saludo al paso también insistía: “No te apures, tienes tiempo”. En las mañanas cruzaba este hombre frente a mi casa vestido de ferroviario, con una impecable casaca de dril color gris plomizo muy planchada. De andar ligero, al adelantarnos, pensé más preocupado todavía: pronto llegará el tren. Ah, suspiré al dar los últimos pasos al entrar en la estación.

En el salón de espera el ajetreo era constante. Unos sacaban boletines, las carretillas estaban llenas de paquetes y maletas, había un movimiento inusitado y a la vez algo de quietud en muchas personas; de todo aquello, el repiquetear del telégrafo era persistente y me gustaba ver el rollo de la larga cinta de papel que salía de una especie de carretel y lo envolvían en otro; mi abuelo decía que con ese sistema sabían por dónde venía el tren.

A lo lejos se sentía el pitar repetido de la locomotora: UAU-UAU-UAUUU. La gente miraba los relojes de pulsera o el grande que colgaba de una pared, sabían que en breve llegaría la máquina seguida de sus coches. Y en efecto, minutos, casi instantes después avanzaba aquel monstruo resoplando, botando vapor por un montón de lugares y un chorro de humo por la chimenea, era una imagen demasiado intensa.

Desfilaba aquella enorme mole, alta, de muchas ruedas, tocando una campana. Y parecía estremecerse todo. En esos precisos momentos yo me resguardaba tras la reja de la puerta principal que daba acceso al andén y mis manos sujetaban duro el entretejido de acero como para salvar la extraña sensación de temor que provocaba en mí pero sin dejar de mirarla casi en atrevido desafío. Chirreaban los frenos y el tren detenía la marcha.

El jefe de la estación hacía sonar el silbato y repetía los avisos. Entonces se agitaba todo. Iban y venían informaciones y advertencias. Los pasajeros descendían y saludaban a los familiares que les habían aguardado, otros ya estaban listos para abordar y levantando sus manos decían adiós. De los vagones de carga sacaban rápidamente los bultos y subían otros. El potente pitazo de la locomotora anunciaba la próxima partida. Qué emocionante, qué inolvidable y bello era este paseo.

Sí, es cierto, no debía apurarme tanto pues la puntualidad era absoluta en los tiempos de “las locos” de vapor, eso lo aseguraba todo el mundo. En cuanto a mí, al oír desde lejos los pitazos indicando la entrada del tren que llegaba de La Habana, por siempre me quedó en el recuerdo aquella impresión de verme agarrando la reja del paradero, como acostumbran a llamarle en Remedios a la estación del ferrocarril situada al final de la calle Máximo Gómez, digo, de la Calle del Paradero.

 

NOCTURNIDAD PARA VIUDAS

De boca en boca trasladan la noticia, aparece una nueva viuda. Otro lugar a tener muy en cuenta cada noche, ya que un encuentro con tales visiones no deja de impactar y aunque sea asunto conocido inspira temor, también preocupación, pues nunca se conoce el propósito que persiguen estos raros seres. El comentario se generaliza.

Cada viuda y su ubicación fijan una alerta para todo el pueblo. Desde ese instante, los novios adelantan la despedida tras visitar a sus amadas y buscan otros caminos para retornar a sus hogares o el simple transeúnte nocturno que desanda desviará su ruta. Todo el mundo evita el choque con esas ánimas en pena al decir de algunos conciudadanos.

Resulta un riesgo andar tarde por puntos bien conocidos de famosas apariciones: el callejón de la Academia de Música, la calle Adolfo Ruiz, la de El Carmen, y hasta otra en zancos y vestida de negro allí por Brigadier González y la Avenida. Nadie tiene interés en ver siquiera uno de esos fantasmas, entes de la noche y de las calles pues hasta dicen que están armadas y son capaces de atacar.

Se desconoce en realidad qué busca la viuda o por qué actúa, son muchas las suposiciones: queda la duda si son  mujeres  agazapadas en sitios oscuros para vigilar a un marido escurridizo o quien está aguardando la hora precisa para introducirse en la cama donde espera el calor de una mujer. 

Acaso el surgimiento tenga conexión con La Viuda Alegre, la famosa opereta del húngaro Franz Lehar o con los enmascarados del Carnaval de Venecia. No se sabe exactamente cuál fue la primera ni la última acá en Remedios, eso sí, siempre se han exhibido con el rostro oculto y envueltas en amplias telas blancas preferentemente, costumbre o ardid que en pasados tiempos diera buen resultado para ahuyentar a los indeseados.   

La viuda resultó un pretexto, una fórmula para atemorizar a los más ingenuos, una figura en calles de la villa, una realidad convertida en mito, misteriosas visiones convenientemente disimuladas en oscuros portones y tapadas desde arriba hasta abajo… ¡Uy, qué susto!   

 

REINA DE LA NOCHE

Inexplicablemente en la torre de una de las iglesias de mi pueblo vive la reina de la noche. Aseguran los más observadores que nunca de día se le puede ver. Sólo privilegia en ocasiones a los más perseverantes cuando es más oscura la noche pero nunca a la misma hora.  Entonces lanza su inigualable sonido. Justo en ese momento mi tía y creo que toda la gente en Remedios dice o piensa la exclamación: ¡solavaya! sumado a otros maleficios salidos de las más viejas costumbres heredadas de siglos atrás. Es así como la estiman.

Una noche mi hermano iba por una de aquellas estrechas calles cuando en uno de sus hombros le cayó del cielo un golpe caliente, blandujo y blancuzco; miró sorprendido hacia lo alto y vio en pleno vuelo a la reina, imaginó que le había castigado por andar tan tarde. Fue a partir de ese momento cuando supe con claridad que aquello provenía de un ser viviente, no de la muerte ni cosa parecida.

Desde ese instante me interesé por la reina como nunca antes. Me puse al habla con los trasnochadores, esos que andan por el parque a altas horas. Hubo hasta quienes la maldijeron, otros me hablaron bien de ella, sin inconvenientes ni vacilaciones.

-Es el pájaro más grande que anda en la noche, por esa razón nunca lo verás de día. Está cubierto de plumas blancas y ese estridente chillido para unos y otros, es su verdadero canto-. Así me contó el viejo Ferrer y me invitó a observar el campanario con su telescopio a la siguiente noche.

A unas tres cuadras instaló el artefacto de mirar la Luna y otros astros. Al enfocar la parte más alta del campanario a penas se podía encuadrar la ventana por la cual debía salir la reina, pasó el tiempo, eran casi las once cuando saltó hasta el borde de la baranda. Fue en ese preciso instante que pude verla en detalles y yo no salía de mi sorpresa, era robusta, su rostro achatado con dos ojillos redondos. Miró hacia todas partes como si estuviera indecisa.

Mi conocido dijo en voz susurrante que ella estudiaba la dirección del viento para disponerse a salir con rumbo próximo al Sur; pero cuando volví a observar, la reina se lanzaba al vacío. Fue un momento indescriptible. Yo no podía salir de mi admiración, y lo más extraordinario se produjo cuando pasó sobre nuestras cabezas lanzando su grito nocturnal, ese mismo que erizaba a los temerosos vecinos.

A la siguiente noche el viejo maestro acabó por descorrer el resto del misterio. Me contó que la reina era ovípara y pertenecía a una variedad de ave milenaria en nuestro suelo, que tiene otras parientas rapaces más pequeñas pero de costumbres diurnas, entre ellas: el sijú, el cotunto y hasta el cernícalo.

-Mira, esa es nuestra fauna, hay que conocerla y no temerla. Los expertos también han encontrado restos de un ave extinguida que vivió en suelo cubano y que fue mucho mayor que la reina; parece que esa lechusona anduvo por los cielos en tiempos remotos cuando existían animales gigantescos ¿qué te parece?-. Terminó sonriente cuando nos despedimos.

Para mí nunca pudo ser desde entonces un animalejo o bicho del demonio al decir de los timoratos, tampoco he podido llamarles lechuzas a las lechuzas sino reinas de la noche y cuando oigo su potente canto o las veo pasar como si fueran una silueta blanca por el negro cielo, me digo: ahí va una reina de la noche.  Así de sencillo.







                                                                                         

 

Publicado por marta gonzalez en 15:57
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Tanto La Vieja Dama Indigna como Atenciones y Reproches, uno de mi autoría y el otro escrito por Alberto Enrique, resume los esfuerzos de dos periodistas para mostrar historias de la vida y la experiencia de ambos. Alberto Enrique comienza atenciones y Reprochesofreciendo su vision de diversos temas. Es nuestra forma de expresión, sobre el presente y el pasado de los que hoy peinamos canas.
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