Por Alberto Enrique
¡Qué! ¿Cómo estás, y los viejos? -¡En la casa!- fue la breve respuesta escuchada… y se quedaron conversando con su nasobuco y todo, en medio de la acera. Son saludos entre amigos, como relámpagos pero afectuosos, lo de viejos o viejas son giros muy cubanos para referirse a los padres.
Aquello dio vueltas por mi mente, entonces me dije: los viejos dentro de la casa, resguardados de un posible contagio pandémico ¡perfecto! Esto es lo ideal para personas de edades avanzadas las cuales agrupan como promedio a uno de cada cuatro cubanos.
Ha transcurrido ya un año desde que apareciera en Cuba la terrible enfermedad y ahora un mundo entero se nos dibuja de otro modo, se pudiera pensar que andamos en un planeta diferente. Ha bastado ese tiempo para conocernos mejor: sentimientos familiares, humanitarios, llenos de preocupaciones y angustiosos días. Esta enfermedad la ha sufrido el país entero.
En este momento, mirar el horizonte trae esperanzas de vida consolidadas. Al inicio, tuvimos que andar con lentitud hasta descubrir paso a pasito los avances y disponerse cada quien a enrumbar los caminos que todos llamamos de la normalidad, el del éxito, ése que tanto hemos añorado por estos días.
A muchos la inseguridad de un posible contagio les ha dejado traumas, porque sometidos al miedo y la ansiedad, al temor y las incertidumbres propias de la hecatombe sufrida, aún están inmersos en una secuela dificultosa. El pueblo cubano es saludable, no quepa la menor duda, pero no es lo mismo cumplir con rigor y disciplina las restricciones higiénico-sanitarias a las cuales no se está acostumbrado, tener que asimilar por sí mismo y discernir los posibles riesgos, identificar dónde está el contagio, el peligro verdadero; cómo convencer a los demás miembros de la familia y la comunidad. Las medidas de precaución llevan aparejadas todo un proceso complejo de comprensión hasta evitar el irse más allá de los límites esa nueva y necesaria actitud.
El kid de la trasmisión de esta enfermedad consiste en arrancar de a cuajo los peligros. En medio de tales elucubraciones de pronto llega la anhelada etapa de la declaración de provincia libre de activos, de enfermos de Covit-19. La primera fase -de un conjunto de tres- es sinónimo de dar apertura a la recuperación con indicadores pre-establecidos, disciplina laboral, social, escolar; y un control estricto, riguroso, junto a un camino responsable en lo personal y colectivo.
Después llega la fase de recuperación, por último la bienvenida a la normalidad. ¡Ah! Pero se han presentado indisciplinas que produjeron rebrotes y subieron los “picos” estadísticos; y ahí comienza una marcha atrás al espacio ganado, otra vez recomienzan los caminos andados y hasta con cifras incrementadas de personas activas, enfermas de Covid-19.
Se abren nuevos focos y eventos de trasmisión local, entran en cuarentena viviendas, edificaciones, medidas restrictivas en barrios enteros, ciudades y provincias suben las tasas de incidencia por cada 100 mil habitantes; los indicadores demuestran una y otra vez cómo se elevan en muchos territorios del país. Y no queda otra, pasan a tensión máxima los centros hospitalarios, la Defensa Civil y los consejos de administración en todas sus instancias. Se habla de repeticiones y nuevas restricciones. En las provincias y los municipios se preocupan al máximo y toman medidas drásticas. La gente se inquieta. Esta crisis sanitaria pareciera que no cierra.
Los grupos de jóvenes transitan sin los nasobucos correctamente puestos. Ayer me crucé con una decena de ellos, venían conversando o discutiendo, no sé bien, andaban en lo suyo, y al divisarlos me dije: ¡ahí viene el peligro! Pues estos pueden estar entre los mismos que cada mañana señala el director de epidemiología del ministerio de Salud Pública. Justo pertenecen al grupo etario donde aumentan los contagiados.
Nada más parecido a quienes no oyen las informaciones pero infectan dentro de los hogares a los viejos de las familias, pues estos sin salir de casa son contagiados y enferman hasta fallecer. Muchos transeúntes son asintomáticos y arman la tela de araña, una y otra vez… es lo de nunca acabar. ¿Qué harán cuando les toque ser padres? ¿Cuidarán de sus hijos como ellos lo hacen ahora con la sociedad?
Pienso en sentido contrario, en el insustituible privilegio de tener científicos y los médicos que se juegan el todo por el todo para que se nos vaya la Covid-19; imagino los enormes recursos hospitalarios gastados que representa la batalla de cada día a lo largo y ancho del país o en los más de una veintena de laboratorios con los mayores adelantos que analizan miles de costosísimas pruebas cada día…
Invito a que continuemos con decisión avanzando por el entramado difícil de la Covid-19. Pienso ahora en aquella propuesta de los psicólogos al apreciar cómo usted vería este vaso ¿medio lleno o medio vacío? La respuesta depende de su actitud al evaluar la vida: si es optimista o pesimista. Si ve el vaso medio lleno estará conmigo entre los más audaces, pues sé que le ha de llegar el fin a la enfermedad. Ganaremos la batalla y volveremos a ser felices.
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