sábado, 20 de marzo de 2021

La felicidad

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Por: Alberto Enrique

 

Los niños nacen para ser felices. Esa frase de José Martí apareció con ímpetu en la década de los años 60, pues los padres de los niños de aquellos días deseaban que su prole no sufriera limitaciones económicas ni fueran segregados socialmente como les había tocado a muchos cubanos. Y se veía en los teatros o en la TV la historia de Florita y las angustias de sus padres para celebrarle “la fiesta de 15”.

Después, muchas veces vi comprarles a los varones juegos adelantados para la edad pues apenas con dos añitos ya tenían un complejo trencito eléctrico o la niña coleccionaba hermosas muñecas con radiantes cabelleras o muñecos que tomaban de un biberón o emitían palabras. Y llegó el tiempo cuando los jugueticos hubo que normarlos con medida: “un básico y dos adicionales”, para que alcanzaran de manera equitativa pues el bloqueo de Estados Unidos se enseñoreaba ya.   

Aquella frase volvía una y otra vez, se encumbró entre nosotros para que no carecieran muchos niños tal como lo habían sufrido sus padres. No solo era para que fuesen felices, aunque sí,   comenzaba a fomentarse una felicidad de otro tipo: simultáneamente con el deseo paterno y los esfuerzos familiares, los niños eran protegidos contra varias enfermedades que asolaron a muchas generaciones en el pasado. Era parte de una nueva etapa que llegaba.

Y se acabó la poliomielitis en Cuba, así me digo cuando me pasan por el lado mujeres y hombres de 60 años de edad o menos, protegidos desde entonces, andan sin lesiones o secuelas que dejaba la terrible enfermedad; también protegidos del todo van en brazos de sus mamás hasta los bebés de hoy día. Ya no hay ningún Pepito, el de al doblar de mi casa, con muletas; o el hijo del hombre de la tienda que aquel mal “lo tiró” en silla de ruedas para siempre, solo por recordar un par de casos.

El tiempo avanzó y se nos descubre ahora el concepto de “Generación de Cristal”, lo nuevo, significando cómo en algunos países existen jóvenes que se creen merecedores de todo, aquellos que no resuelven nada en su seno familiar ni en la sociedad, y no incluyo en dicho grupo a los indolentes o especuladores.

Por nuestro lado no hay academicismo ni mantos que cubran a nuestros jóvenes, tampoco son impolutos ni de pureza abstracta. ¿Habremos dejado al desamparo o la falta de solidez de espíritu a quienes les propiciábamos felicidad? ¿Cómo pensar que las generaciones actuales sean tan superficiales o fáciles a devaneos, a desviarse de un sendero hecho dentro de una historia llena de valentía y entrega?

Es aceptable que en Cuba podrán haberse perdido algunos valores.  Despejo: en ciertos casos faltará arraigo o afectividad hacia la familia, también que algunos jóvenes estén estacionados en zonas de confort. Y, me dije, veré qué pasa en otros lares.

Busqué en Internet y cuánto se dice sobre la Generación de Cristal; encontré teorizaciones, fechas de aparición y entre variadas sandeces me pareció más prudente un comentario donde se plantea: la muerte de la generación de hierro; la cual, “A pesar de la falta de todo, nunca permitió que faltara lo indispensable en casa. Se están muriendo los que podían vivir con pocos lujos, sin sentirse frustrados por ello.

Sigue diciendo que, mueren los que pasaron por mil dificultades y sin rendirse nos enseñaron cómo vivir con dignidad. Los que después de una vida de sacrificio y penurias, se van con las manos arrugadas y la frente en alto. Se está muriendo la generación que  enseñó a vivir sin miedo…”

Pienso cómo las generaciones se van sustituyendo y cada una tiene sus particularidades, es cierto. Aunque en Cuba, coincidentemente existe una continuidad, un nexo con aquellos predecesores pues ahí están los miles de jóvenes cubanos que ayudan a salvar enfermos de Covid en las salas de los hospitales del país, y por qué no, aquellos que han aprendido a producir en las fábricas y quienes laboran en los campos.

Me atrevo a decir que entre los nuestros, muchos no son de cristal. Pero ¿hay que dudar? ¿Acaso no pudieran ser los hijos y nietos de aquellos que sus padres y abuelos solo anhelaran fuesen felices y para ello han resistido, han batallado a lo largo de seis décadas manteniendo un país libre y soberano?

Me parece que quizás no sean de acero, ni tampoco de cristal blindado, pero los de ahora y de aquí, no se fracturan ni siquiera se agrietan cuando la patria llama. Y para regocijo de toda Cuba, hemos de seguir siendo felices.

 

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