Por: Alberto Enrique

En la escuela primaria
aprendemos infinidad de cosas. Desde los primeros cursos empezamos ese largo
camino de la comprensión del entono, luego llega la secundaria cuajada de más saberes
y ni qué pensar cuando avanzamos por la enseñanza preuniversitaria, conocida
también por bachillerato.
En ese largo andar conocemos que los humanos vivimos entre
dos mundos: el macroscópico y el microscópico; quiere esto decir, lo de tamaño
grande, eso que vemos con facilidad y, otro, un supermundo paralelo que sabemos
bien de su existencia, nos rodea o está hasta dentro de nosotros mismos, pero las
personas necesitan de medios auxiliares al ojo para conocerlos y poder saber en
qué nos benefician o nos dañan.
Y llegaron
los microscopios electrónicos que permiten ver detalles aumentados un montón de
veces pero los científicos no solo se han contentado con esas oportunidades, ya
existen laboratorios en los cuales se realizan estudios en el mundo de las
pequeñeces, de pruebas biotecnológicas comprobatorias.
Así las cosas,
pero el hombre como tal ha logrado meterse en ese mundo tan complejo hasta
determinar la existencia de elementos muy dañinos y finalmente dar con esa fatídica
enfermedad conocida por Covid que asola hoy a la humanidad. Más de 30 millones
de personas la han contagiado y, pegado, pegadito al millón de seres humanos
han fallecido por su causa. Cuba se sumó a la pandemia en marzo de este año y
la enfermedad la han padecido ya más de 5 mil personas con un aporte de 115
fallecidos.
Las autoridades gubernamentales y sanitarias del país
han realizado ingentes esfuerzos para controlar el mal y evitar una propagación
o los indeseados y peligrosos rebrotes, con ese fin implementó medidas de
control en la población. Los esfuerzos son cuantiosos y hasta se establecen fórmulas
de recuperación social.
Los científicos cubanos han trabajado sostenidamente
en la creación de una vacuna y no quepa dudas, ella ha de aportar la ayuda
necesaria; además han apoyado con medicamentos nuevos para fortalecer el
sistema inmune de las personas y los tratamientos convenientes a los enfermos.
También desde un inicio se puso en práctica un sistema
complementario de prevención higiénico-sanitario con tremenda utilidad, el cual
incluye: empleo de nasobucos, lavado de manos y separación física entre las
personas. Todo está advertido pero si se incumplen tales indicaciones pudiera uno
ser víctima de contagio, porque dada la complejidad de esta enfermedad hay
quienes la padecen y no les ha brotado durante ese tiempo aunque tienen la
capacidad de trasmitirla. Esto siempre me hace recordar aquel juego infantil de
“Caballito de San Vicente, tiene la carga y no la siente” y usted debía
adivinar cuál era.
Sobre todo esto añadiría también la existencia de
personas que tienen formas irresponsables
de actuar y se lanzan a la calle sin sentido ni sensibilidad humanitaria y se
ven por ahí, en muchos lugares sin cumplir las medidas de prevención quizás mortificados
por tener que cuidar su salud y la de los demás, jugando al “ratón y al gato”
hasta que aparecen autoridades dispuestas a controlar tales desatinos.
¡Adiós al nasobuco! ¡Qué importa abalanzarse sobre las personas y
no cuidar el debido distanciamiento! ¿Acaso no se dan cuenta que corresponde en
estos tiempos continuar la vida sin tropiezos, que la insensatez no es el único
camino? Viene mejor exprimir la
conciencia, tampoco venga entonces con el cuentecito que se distrajo ¡por favor!
Conviene más evaluar el modo de seguir viviendo entre esos dos mundos que nos
llegan a la par: lo grande y lo infinitesimal. Resulta muy notable tomar en
cuenta la segmentación de la población por grupos de edades, según las
estimaciones realizadas por los epidemiólogos.
Son cuatro los grupos considerados: hasta l9
años, de 20 a 39, de 40 a 59, y de 60 o más. Por ejemplo, los dos grupos del
centro -dígase los enfermos de 20 a 59, donde aparecen las personas más
activas de la sociedad-, los cuales durante los primeros 20 días de septiembre han
representado el 75 por ciento del total de ingresados que sufren la enfermedad.
¿Qué les parece?
Esta epidemia es un desastre social con una
repercusión económica básica para el país. Debemos tener una clara precisión de
tal importancia y el papel que le corresponde a cada quien en la salvaguarda de
nuestra nación.
Vale tremendamente ayudar a abrir la mente de quienes
se muestran con posiciones obtusas o actúan movidos por acciones relajadas o
con exceso de confianza: hacia ellos pudiera ir encaminado este mensaje. Porque
las apariencias de bienestar quizás hasta indiquen cifras de una mejoría global,
pero no se engañe nadie, todos debemos estar bien claros que este combate es
contra una enfermedad biológica, transmitida por un virus agazapado,
traicionero, solo visible mediante un microscopio electrónico.
No es
prudente imaginar siquiera que la suerte esté favoreciéndole a uno y que no nos
tocará la enfermedad, deje a un lado esa confiancita pues el coronavirus no
cree en nadie, como tampoco existe modo alguno de sacudírselo de encima hasta que
entren en juego las vacunas tan esperadas, efectivas. La batalla contra los
riesgos existentes y el peligro de enfermarse deben formar parte de su propio
arsenal de cuidados.
Haga lo posible en no sumarse a las
estadísticas fatales anunciadas cada jornada o el sufrimiento terrible de quien
padece la enfermedad, es mejor proponerse cortar la cadena de trasmisión. Llénese
de valor y cumpla la parte de la responsabilidad ciudadana que le toca: es por
el bien de usted, de su familia y del país.